Nos encanta
la inmediatez. Nos morimos por tener las cosas ya, todos, hasta los que se
creen pacientes se impacientan de deseo. Queremos bajar de peso en 7 días,
aprobar estudiando la noche antes, queremos que nos perdonen sin esperas, que
llegue el viernes, que pare de llover, que él nos bese... Queremos que llegue
el fin de carrera, ese viaje, descubrir el amor verdadero. Queremos conocer el
éxito, enamorarnos, que nos atiendan rápidamente los de atención al cliente.
Queremos ser los primeros en las colas, que nos amen rápido y sin peros, que
llegue la navidad, quizá el verano...
Todos somos impacientes, en algo, con alguien, y porque sí. Y cómo nos tortura la espera. La incertidumbre, el desconocimiento, la ansiedad, la lentitud de los días, las horas, los minutos, como si cada uno fuese un suplicio al que rendirse para conseguir la inmediatez que tanto deseamos -aunque ni siquiera lo sepamos-. ¿Y mientras? ¿Dónde van esos minutos que nos parecen tan lentos, esos días? ¿Hay acaso un cajón donde guardar el tiempo perdido, por el ansia de vivir un minuto concreto? Perdiéndonos miles de minutos inexactos, impredecibles, llenos de nada y de todo, dispuestos a sorprendernos, si los dejásemos...
Todos somos impacientes, en algo, con alguien, y porque sí. Y cómo nos tortura la espera. La incertidumbre, el desconocimiento, la ansiedad, la lentitud de los días, las horas, los minutos, como si cada uno fuese un suplicio al que rendirse para conseguir la inmediatez que tanto deseamos -aunque ni siquiera lo sepamos-. ¿Y mientras? ¿Dónde van esos minutos que nos parecen tan lentos, esos días? ¿Hay acaso un cajón donde guardar el tiempo perdido, por el ansia de vivir un minuto concreto? Perdiéndonos miles de minutos inexactos, impredecibles, llenos de nada y de todo, dispuestos a sorprendernos, si los dejásemos...
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